Ir al contenido principal

LA SEÑAL DE LA CRUZ * PERSIGNARSE



Símbolo de salvación, no de muerte.

La Sagrada Escritura enseña que para los cristianos el hablar de 'la Cruz' no era algo malo o relacionado con la muerte, sino todo lo contrario. Desde el principio fue adquiriendo un significado de vida y salvación, pues ésta es la llave por la que nosotros podemos entrar al Reino. De ahí que San Pablo llegue a afirmar:"Nosotros predicamos a un Cristo crucificado... fuerza de Dios y sabiduría de Dios" 1ª Corontios 1, 23-24
También el apóstol Pablo escribe: "Pues la predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan es poder de Dios" 1ª Corintios 1,18 
"En cuanto a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo es para mí un crucificado y yo un crucificado para el mundo" Galatas 6,14
Es por eso que cargar una cruz o crucifijo no es algo antibíblico como lo dicen algunas sectas, sino todo lo contrario. No es símbolo de muerte, sino de salvación. Ya para el siglo quinto, San Juan Crisóstomo comenta que era muy común encontrar el símbolo de la cruz por todos lados, en caminos, casas, montañas y hasta en las vajillas. Era normal, pues para ellos era un signo de salvación. Tertuliano, San Teodoro, Félix y Octaviano son algunos gigantes del cristianismo de los primeros siglos que también hablaron acerca de la veneración de la cruz.


Persignarse haciendo la señal de la Cruz

En realidad toda la vida diaria del cristiano estaba marcada por la señal o signo de la cruz. Los primeros cristianos se bautizaban persignándose. De hecho, el Santo Apóstol Juan antes de su muerte dibujó una cruz sobre su cabeza con la mano. En las actas de San Afri se relata que cierta vez un pagano le dijo a San Narquis y a su diácono: "Sé que son cristianos ya que con frecuencia signan su frente con la cruz."
Era de esta manera que de una forma externa transmitían su fe en la salvación obtenida gracias a la muerte de Jesucristo en la cruz. Ya en tiempos de los apóstoles se comenzaba todo acto con la señal de la cruz. Al entrar al templo, los cristianos se persignaban. Hacían lo mismo al comenzar y al finalizar las oraciones. El sacerdote se persignaba al comenzar el sermón. Con la señal de la cruz se comenzaba cualquier oficio de la Iglesia: la bendición, la santificación, etc.
Tertuliano escribe que los cristianos se persignaban durante todas sus ocupaciones, ante cada movimiento: cuando salían o volvían a su casa, cuando se vestían y se calzaban, al entrar al baño, al sentarse a la mesa, al encender las lámparas, al comenzar una conversación, al acostarse, etc. Se signaban siempre con la mano derecha aunque de distinta manera, al principio lo hacían con un dedo signando la frente, la boca y el pecho.
Esto se llamaba la pequeña cruz. Luego se persignaban tocando con la mano la frente, el pecho, el hombro izquierdo y después el derecho. Con el tiempo comenzaron a poner tres dedos juntos al persignarse, con lo que recordaban la Santísima Trinidad, y los dos dedos restantes los apretaban contra la palma como símbolo de las dos naturalezas de Cristo. Así fue evolucionando hasta nuestro tiempo. Como católicos, estamos totalmente seguros que como el Apóstol Pablo lo dijo: para nosotros la cruz es poder de Dios.

 La Cruz: un signo del auténtico Discípulo de Cristo

Son muchas las formas de acercarnos a profundizar sobre el misterio de la cruz y su relación con nuestras vidas, pero uno de los grandes significados que encontraremos en la Biblia es que Jesucristo mismo nos la dejó como un signo del auténtico discípulo cristiano, pues sin excepción, todos los cristianos estamos llamados a seguir a Cristo en su camino de la Cruz. El Señor Jesucristo dijo: "El que quiera seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame" Marcos 8,34
Para poder seguir a Cristo es necesario que tomemos nuestra cruz, es decir, nuestras desgracias o sufrimientos, nuestros dolores y pruebas, nuestros problemas familiares, nuestras debilidades y todo lo pongamos en las manos de Dios. No con una mentalidad masoquista ni conformista sino con una actitud de confianza absoluta de su mano y protección sobre nosotros.
San Agustín afirmaba:
"Toda la vida del cristiano que vive de acuerdo con el Evangelio, implica su cruz y sufrimientos." Hasta que se cumpla el tiempo y aparezca la Cruz, "la señal del Hijo del Hombre en los cielos" 
Mateo 24,30
Resumiendo, podemos decir que es por todo esto y más que «la Cruz» y el «persignarse» son signos que nos recuerdan que queremos ser seguidores de Jesús de una manera plena y que con San Pablo predicamos un Mesías crucificado.
En un mundo donde nadie quiere sufrir, ni siquiera por amor, es más urgente el lenguaje de la cruz. Por cierto, hasta una secta religiosa hay que su slogan es "pare de sufrir" como si el cristianismo fuera una religión donde no existiera ningún sufrimiento. Sin cruz no habría cristianismo pues en ella está la máxima prueba del amor de Jesús hacia nosotros y de nosotros hacia nuestro prójimo y nos gozamos de que al resucitar él, si seguimos como discípulos suyos, resucitaremos también con él para la vida eterna. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

DONES Y FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO

  E l Espíritu Santo es la "Tercera Persona de la Santísima Trinidad". Es decir, habiendo un sólo Dios, existen en Él tres personas distinas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esta verdad ha sido revelada por Jesús en su Evangelio. El Espíritu Santo coopera con el Padre y el Hijo desde el comienzo de la historia hasta su consumación, pero es en los últimos tiempos, inaugurados con la Encarnación, cuando el Espíritu se revela y nos es dado, cuando es reconocido y acogido como persona. El Señor Jesús nos lo presenta y se refiere a Él no como una potencia impersonal, sino como una Persona diferente, con un obrar propio y un carácter personal. El Espíritu Santo, el don de Dios "Dios es Amor" (Jn 4,8-16) y el Amor que es el primer don, contiene todos los demás. Este amor "Dios lo ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado". (Rom 5,5). Puesto que hemos muerto, o al menos, hemos sido heridos por el pecado, el

LOS JUDIOS SI CREEN EN EL PURGATORIO

    El purgatorio, creencia de Judíos y Católicos En una ocasión leí un comentario del Rabino Andre Cheoraqui que afirmaba que el mundo Occidental tenía prejuicios contra los fariseos, pero, esta corriente del Judaísmo era la que más se asemejaba a las creencias cristianas en sus creencias: cielo, infierno, resurrección, juicio de la carne y purgatorio entre otras. El rabino afirmaba que tales creencias dentro el cristianismo son parte de la herencia del Apóstol San Pablo, que antes de su conversión al cristianismo fue un fariseo.  El purgatorio es quizá una de las creencias más cuestionadas entre católicos y no católicos, algunos dicen: “es un invento medieval”, “no aparece en las escrituras”, etc., pero vale la pena hacer una defensa de nuestra fe conociendo el antecedente católico y judío. El “concepto” del purgatorio es parte de las creencias judías, pero esto no significa que ellos definan el purgatorio de la misma forma en que la Iglesia Católica lo define. Primer

EN QUE CONSISTE PARA NOSOTROS TENER FE

LA FE NO SE JUEGA EN EL TERRENO DE LOS SENTIMIENTOS  «Ya no siento nada... debo estar perdiendo la fe», dicen algunos. No hay duda de que la fe toca el corazón, se siente, se experimenta, se disfruta, a veces duele... Pero sería un error reducirla a sentimientos y aún peor a «sentimentalismo»: tendría fe si me emociono, si se me saltan las lágrimas, si «siento algo» cuando comulgo, etc. La fe -como el amor auténtico- es una actitud responsable y razonada, una decisión personal, un compromiso: haya o no haya sentimientos.  LA FE TAMPOCO ES UNA OPINION  Cada creyente tiene la responsabilidad de aceptar a Dios en su vida, e ir madurando y profundizando lo que supone ser discípulo de Jesús hoy, en sus circunstancias personales y sociales concretas. Cada cual vive su fe de un modo personal, único e intransferible. Pero no significa caer en el subjetivismo: «yo tengo mis propias ideas y creo lo que a mí me parece». La fe no es un «menú» que yo elijo con lo que me apetece, lo que me vien