LA FE NO SE JUEGA EN EL TERRENO DE LOS SENTIMIENTOS
«Ya no siento nada... debo estar perdiendo la fe», dicen algunos.
No hay duda de que la fe toca el corazón,
se siente, se experimenta, se disfruta, a veces duele... Pero sería un error
reducirla a sentimientos y aún peor a «sentimentalismo»: tendría fe si me
emociono, si se me saltan las lágrimas, si «siento algo» cuando comulgo, etc. La
fe -como el amor auténtico- es una actitud responsable y razonada, una decisión
personal, un compromiso: haya o no haya sentimientos.
LA FE TAMPOCO ES UNA OPINION
Cada creyente tiene la responsabilidad de aceptar a Dios en su vida, e
ir madurando y profundizando lo que supone ser discípulo de Jesús hoy, en sus
circunstancias personales y sociales concretas. Cada cual vive su fe de un modo
personal, único e intransferible. Pero no significa caer en el subjetivismo: «yo
tengo mis propias ideas y creo lo que a mí me parece». La fe no es un «menú» que
yo elijo con lo que me apetece, lo que me viene bien, lo que está de acuerdo con
mis opciones previas, y la vivo con los que tienen ideas parecidas a las mías...
pero dejando a un lado lo que no me gusta, no me encaja o no me viene bien. No
puedo hacerme un dios a mi imagen y semejanza, ni puedo construirme una fe sin
los otros, sin contrastar y discernir honestamente, para ir purificando y
madurando lo que fuera necesario. No puedo ignorar o rechazar a los «distintos»
por el simple hecho de serlo, ni estar siempre a la defensiva y con el
impermeable puesto para todo lo que no vaya conmigo. Eso es más propio de las
sectas, o quizá de los partidos políticos, pero no del cristiano. Como dice san
Pablo, el criterio principal ha de ser el «bien común», la construcción del
Cuerpo de Cristo.
NO ES UNA COSTUMBRE O TRADICIÓN
La fe no es simple costumbre o
tradición recibida de los padres, y que a menudo se queda en cumplir con ciertos
ritos y obligaciones religiosas. Eso puede ser un comienzo, un buen comienzo...
pero después hay que personalizar, madurar, aplicarlo a la propia vida, trabajar
y buscar el encuentro personal con Dios, responder a la propia vocación.
Traducirlo en «obras», para que sea la fe de/en Jesús.
NO ES UN TRANQUILIZANTE
La fe no se reduce a una especie de «tranquilizante», que me ayudaría a sentirme
bien, o evadirme de la realidad en ciertos momentos. Creer en Dios es, sin duda,
fuente de paz, consuelo y serenidad, pero la fe no es sólo un «agarradero» para
los momentos críticos: «yo cuando me encuentro en apuros acudo a la Virgen o a
San Antonio que es muy milagrero». Creer es el mejor estímulo para luchar,
trabajar y vivir de manera digna y responsable, un impulso para levantarse y
salir adelante cuando las cosas vienen mal. Para comprometerse y transformar la
realidad. A Jesús su tarea misionera le trajo muchas complicaciones, y acudía al
Padre no tanto para sacarle favores (o «mercedes», como se decía antes), cuanto
para preguntarle cuál era en cada momento su voluntad y para contar con su
fuerza.
NO ES UNA RECETA MORAL
La fe no es simplemente un conjunto de recetas
morales, o autoexigencias con las que podamos estar en orden delante de Dios. Es
muy limitada la fe que se centra en corregir los defectos, fallos y debilidades
personales, donde el yo y mi propia perfección son el centro de mi examen de
conciencia y de mis propósitos... El AMOR es lo que debe ocupar el centro, mi
entrega, mi servicio, mi compromiso en favor del Reino. Cierto que cometemos
errores, que estamos condicionados por defectos y hábitos que nos cuesta mucho
corregir. Y nos cuesta liberarnos de la idea de que por eso Dios nos rechaza y
nos condena, del mismo moco como nos condena nuestro corazón/conciencia. Muy
luminoso lo que nos decía la Carta de Juan: si nos comprometemos con un amor
práctico al hermano, ya no tenemos que tener miedo de nuestras miserias, de
nuestra fragilidad y ni siquiera del juicio severo de nuestra conciencia; de lo
que ésta pueda reprocharnos. Podemos tranquilizarnos, porque “Dios es más grande
que nuestro conciencia” El amor a los hermanos, la justicia, el trabajar por la
comunión, el construir un mundo mejor para todos son los frutos que el Señor
espera de sus sarmientos. Que dejemos de mirarnos tanto a nosotros mismos, y nos
preocupemos de producir las «uvas» PARA QUE COMAN/BEBAN OTROS, para alegrar y
hacer mejor la vida de los otros. La obra de Jesús fue vivir entregándose. Y su
«savia» en nosotros tiene que producir lo mismo, aunque el sarmiento pueda ser
feo, imperfecto o estar muy retorcido por la vida. Si permanecemos unidos a la
vid... daremos frutos, que es lo que al Labrador le importa.
LA FE VERDADERA TIENE 3 PILARES
1. La Palabra de Jesús, que permanece en nosotros y nos
va«limpiando», podando, purificando para que aumenten los frutos de Amor. «Si
mis palabras permanecen en vosotros...». Por tanto en encuentro frecuente con la
Palabra en nuestras celebraciones y en nuestra vida espiritual.
2. La Eucaristía,
como el medio excepcional para estar en comunión con él, para recibir su savia.
Es decir: que la Eucaristía es importante y necesaria. Imprescindible. No como
algo obligatorio con lo que «cumplir» los días de precepto, sino como la fuerza
que necesitamos para amar y entregarnos «por Cristo, con él y en él». «Comulgar»
no es simplemente «comer» un trozo de Pan. Sino ir haciendo de mi vida un «pan»
que se parte, se reparte y se entrega, «en memoria suya». Es identificarme con
el Señor, y permitirle que se entregue hoy a través de mí.
3.Y en tercer lugar
la Comunidad. La comunión con la vid es al mismo tiempo, inseparablemente,
comunión con el resto de los sarmientos. La Eucaristía no es un alimento
privado, para mí, para mi devoción, para mis necesidades individuales, para
hacer yo mis rezos a solas. La Eucaristía es una comida fraterna. Si la
consecuencia de mi «comulgar» no me lleva a implicarme con la comunidad de
hermanos, sino me lleva a sentir la necesidad de caminar con ellos... será otra
cosa distinta a lo que quiso el Señor: «Tomad, comed y sed uno», «Tomad, comed y
amaos como yo», «Tomad, comed y lavaos los pies unos a otros». Al final, lo que
"permanece" es el Amor, que es lo que nos mantiene vivos.
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